Ieie : Deporte y política

miércoles, abril 16, 2008

Ieie

Cuando Leonel nació, nació Ieie. Casi como un nombre referido a un vínculo, como decir abuelo, zeide, era Ieie. Eso era lo particular de Ieie: Ieie era nuestro, Ieie no era cualquier zeide, no era cualquier abuelo. Era Ieie. Era nuestro. Nosotros, los nietos, habíamos hecho nuestro con un nombre que, repito, era algo más que un nombre: era un vínculo, era ponerle nombre a una relación que tanto nietos como Ieie queríamos tener.

Ieie era pícaro. Te miraba con los labios fruncidos, desviaba la mirada, cerraba los ojos suavemente cuando pedía algo. Eso lo heredé. Ieie no te pedía algo de tomar, te acercaba el vaso y te cerraba suavemente los ojos. Siempre le preguntaba qué quería porque tenía miedo de no complacerlo. Cuando le preguntaba, contestaba con la misma mirada.

A Ieie no le gustaba pedir. Tampoco le gustaba quejarse. Nunca lo hizo hasta los últimos días. De hecho, mi vieja y mis tías le insistían que todo iba a andar bien porque creían en su templanza para no quejarse. El pedía irse, pero no se quejaba. Sólo pedía irse a una mejor vida.

Su vida éramos nosotros, sus nietos. Era pícaro, y la vida le había regalado otra picardía: ocho nietos. El siempre nos vio como una extensión propia. Si él era pícaro, nosotros también lo éramos. Encontraba cosas en nosotros que quizás tampoco encontrábamos: él nos hacía más pícaros de lo que realmente somos. Era parte de su inocencia y su satisfacción: él no pedía nada; sólo estar con sus nietos.

Era hincha de San Lorenzo. Nunca lo vi hinchar por la Selección argentina porque era polaco. Vino a los 3 años al país. Nunca le pude preguntar mucho sobre su pasado polaco; de hecho, de chico me supo decir que en Polonia se hablaba el mismo idioma que acá. Algo que me sorprendió, por supuesto. Un dato que sólo él tenía.

Ieie confundía hechos históricos. Nunca le pude preguntar mucho sobre el peronismo, por ejemplo. El día de la Lealtad Peronista había sido para él la Revolución Libertadora. Tampoco sabía demasiado de actualidad pero le gustaba dar sus opiniones determinantes. Tenía una radio que sólo él escuchaba con noticias que no salían en ningún lado. Pero lejos estaba de ser un medio alternativo no enviciado por los vicios del monopolio multimediático. El problema, según mi viejo, es que escuchaba una noticia, prendía la máquina del taller, seguía escuchando la noticia. Y después la contaba.

Ieie era sastre, pero no le gustaba mucho arreglar cosas. En realidad no tenía paciencia para esos trabajitos. Las mujeres (mi abuela, sus tres hijas) bastante paciencia le habían quitado en la cotidianeidad. Ieie quería seguir en el taller hasta los 90. Hasta los últimos días soñaba con volver a pisar la máquina, escuchar la radio, pisar la máquina, tomar una cerveza en la terraza del taller los viernes. Con vermout, claro.

Ieie era hincha de San Lorenzo y todavía no dije nada al respecto. Dos veces fuimos a la cancha juntos. La primera fue para ver Argentina-Brasil en la popular por la copa aniversario de Clarín, en el 95. Recuerdo que se conmovió cuando vio a un hincha con un cuchillo en la previa. Después, con la tribuna hasta las manos y con mis 10 años, le pedía ir al baño. El me subió y me empezaron a pasar por la tribuna en el aire. Mi hermano Leonel evitó que siguiera de mano en mano. Para Ieie lo importante era que su su nieto fuera al baño.

La segunda vez fuimos a ver un River San Lorenzo también en el Monumental. Ese día nos enfrentamos en la misma tribuna. Todos sabían que él no era de River, pero les causaba ternura. Por suerte la ternura siguió siendo ternura gracias a que el resultado le fue adverso.

Ese día y como otras veces le vi una tarjeta de un comisario que siempre llevaba encima. Se regodeaba de un contacto del que nunca me habló. Nunca supe si ese contacto era cierto. Lo que sí veía es que era capaz de buscar reconocimiento en ese contacto. De volver una y otra vez sobre un policía cualquiera para comentarle “quién era él”. Quién era en función de un contacto que nunca supe si existía o no. Su tarjeta muchas veces funcionaba como una auténtica carta de presentación.

Fue una de las pocas cosas materiales que le vi valorar. Ni siquiera su auto valoraba invariablemente: de hecho pidió deshacerse de él apenas se pudiera. Sin el auto, dejó de visitarnos tan asiduamente. Siempre pensé que el inicio de su debacle en la salud comenzó cuando dejó de tener su propia movilidad. De hecho, la última vez que lo vi también sufría desde la silla de ruedas.

La última vez que lo vi seguía siendo el mismo, pero con un filtro de desgano en sus actitudes. Ya no quería seguir viviendo de esa manera y apenas esbozaba “e loco este”, cuando algo que le decía le parecía divertido.

Lo recuerdo sentado, callado, sin querer meterse en discusiones absurdas o gritos desaforados. Cuando algo que decía era incomprobable, el contexto se encargaba de que no lo volviera a repetir. A Ata, a mi vieja y a mis tías no les gustaba que su padre dijera algo que había escuchado en la radio.

Cuando Ieie murió, Ata me dijo “ya está, no existe más; Ieie no existe más”. Ieie, ese abuelo que nosotros y él habíamos transformado había dejado de existir en el aspecto material. Pero a nosotros, a mí, nos deja un enseñanza: si a él nunca le importó nada material, a nosotros tampoco. Ieie fue, es y será algo más que un nombre: es un vínculo, una relación, un abuelo. Ieie resume todo eso.

2 comentarios:

eliana dijo...

hola, llegue aqui atraves de un link, espero que tengan mucha suerte, no queria irme sin saludar, soy de buenos aires y los espero en mi humilde blog, hasta pronto..ely
www.uncafeconelbambi.blogspot.com

Anónimo dijo...

Buen homenaje, vidu!