Antes y después del atentado, tres personas charlaron con Infobae.com y cuentan cómo fue la decisión de seguir en sus funciones después de aquel 18 de julio, luego de haber sobrevivido al ataque terrorista.
Por Sebastián Davidovsky
Tradición como la de ir a trabajar con la tradición es algo más que una costumbre. Es, en cierto punto, una elección. Y elegir, después de las circunstancias, introduce nuevas palabras fuertes: la voluntad, la fuerza. Es, en definitiva, negarse a que aquellos que quisieron optar por ellos, se dieran el gusto.
Firmes, como antes del atentado, Tamara Scher, Anita Weinstein y Ana María Czyzewski continúan con sus tareas en la mutual aún después de ser sobrevivientes de aquel 18 de julio de 1994. La decisión de seguir en AMIA, el lugar que brinda ayuda a miles de personas, costó en algunos casos: sin embargo, ahí están, 12 años después.
“No puedo decir que no lo pensé”, dice Weinstein, directora del centro de documentación e información del judaísmo argentino y de la Federación de comunidades judías, en diálogo con Infobae.com. “Anita”, tal como la conocen desde hace más de 20 años en Pasteur 633, estaba en el segundo piso que daba al frente: dos minutos antes de la bomba, caminó circunstancialmente hacia el fondo del edificio (Uriburu). “Esa fue la diferencia que el destino me dio”, explica. Su secretaria, Mirta Strier, falleció.
Todos le preguntaban qué iba a hacer. Seguir o no seguir en AMIA. “Me lo cuestionaba en un cierto nivel pero a la vez la respuesta inmediata era que iba a continuar...”, analiza. “Además, tenía un simbolismo muy grande en no dejar que otros decidieran por mi vida”, completa. El mismo día, cuando la sede pasó a Ayacucho 632, fue a ayudar a los familiares. Sobrevivió y siguió trabajando. “Nunca dejé de ir”. Recién a las 10 de la noche de aquel día llegó a su casa. Había estado junto a los familiares que pululaban en la búsqueda de noticias.
Ana María Czyzewski desde 1979 que trabaja en la mutual. Es la auditora. Una de sus hijas, Andrea, trabajaba con ella en 1994. Sin embargo, aquel día, Paola, de 21 años y estudiante de derecho, fue a aquella jornada a ayudarla “en cuestiones legales”, explica. Había ido de 8 a 10.
“Lamentablemente a las 10 ya no se fue, se quedó para siempre en AMIA. Son las cosas que una no entiende de la vida: desde el año 79 que yo estaba trabajando y ella fue una sola vez en la vida y se quedó ahí”, relata Ana María. Paola es Paola Czyzewski: una de las 85 víctimas del atentado.
“Siempre me pregunté si seguir o no. La primera semana estábamos todos en casa, pero después el resto comenzó con la facultad y yo me quedé sola. Se me empezó a hacer bastante pesado quedarme en casa, entonces lo hablé con mi marido y mis hijos y les dije que yo iba a intentar volver a AMIA. Pero con una sola condición: que nunca más ninguno de mis hijos entrara”, explica la auditora. Siete días tuvieron que pasar para que volviera a la mutual.
“… La gente me recibió con mucha calidez. En ese momento había dos grupos: los que como yo habían perdido a alguien (esposo, hijos, familiares) y los que no perdieron a nadie pero que estaban como yo en el momento del atentado. Y me empecé a sentir acompañada: no tenía que explicarle a nadie lo que me había pasado, todos habíamos vivido algo muy malo”, agrega.
Ana María se salvó. Se encontraba en la oficina de presidencia, en el primer piso que daba a Uriburu. “Estaba sentada en el escritorio de Tamara, porque ella era la única que tenía un fax. Iba a mandarlo, justo entró el teléfono, atendió Tamara, y cuando iba a volver a meter el papel, llegó una explosión”, cuenta.
Tamara es Tamara Scher. Hace 41 años trabaja en el lugar. “De repente se hizo todo oscuro, los ruidos, horrible, las lucecitas que se veían, el olor al explosivo, no sé cuánto duró, habrá sido breve, seguro… pero cuando se paró todo yo estaba sentada en mi silla y hasta que no vino alguien a levantarme, yo nada, no me movía, seguía ahí”, recuerda Scher.
“Me presenté enseguida a trabajar en Ayacucho, estuve acompañanado al presidente (Alberto Crupnicoff) todo el tiempo. Y bueno desde que estamos acá, estamos acá, para mí es otro lugar, es otro tipo de edificio, es otra cosa, pero la AMIA es siempre la AMIA”, explica con dolor.
Anita Weinstein, Ana María Czyzewski y Tamara Scher: tres voluntades que no se quebraron ante el miedo. Y porque tradición como la de ir a trabajar con la tradición es algo más que una costumbre, continuaron en sus tareas. “Nunca se me ocurrió pensar de otra manera. La AMIA es mi casa”, concluye Tamara.
(Nota publicada en Infobae.com el 18/7/2006)
martes, julio 17, 2007
Historias de personas que siguen trabajando en AMIA
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