Seguridad : Deporte y política

sábado, febrero 02, 2008

Seguridad


Está al tope de las preocupación de la gente; la gente, monstruo amorfo, caprichoso, volátil… la opinión pública, la gente, quiere mayor seguridad, sin importar cómo ni por qué.

Seguridad… quiere que no le roben, que no la maten, que no la violen, saber que sale a la calle y que vuelve. Seguridad, un vicio burgués que desconoce las necesidades de los otros, de los que tienen hambre, de los que no tuvieron educación, de los que no tienen trabajo.

La gente pide seguridad. Que los vecinos -gente buena- estén tranquilos en la calle y los ladrones, entre rejas. Una ecuación sencilla.

Seguridad… ¿para qué tiene que vivir esa clase de gente? Si no le hacen ningún bien a la sociedad y encima todos les tenemos que pagar su vivienda y comida en la cárcel. Y lo peor es que entran por una puerta y salen por la otra, la única forma es poner un poco más de mano dura. Con los militares esto no pasaba.


Creo que estamos en problemas. Vivimos en una sociedad sumamente insegura. Pero insegura en todo sentido. Según la Real Academia la definición de seguridad es “certeza". Conocimiento seguro y claro de algo”. No habla ni de policías, chorros, maquiavelos o estafa’os. Tal vez entonces una primera solución sea sacar de la página de policiales al problema y mirarlo desde lo que la palabra dice. Seguridad es certeza, previsibilidad, saber cómo algo funciona para poder actuar en consecuencia.

En Buenos Aires no hay seguridad de casi nada.

No es seguro que volvamos a casa.

Si nos afanan no tenemos a quien recurrir; hacer una denuncia policial es un mero trámite burocrático/administrativo que en general no resuelve nada.

En Buenos Aires no es seguro que vas a viajar en colectivo. No porque te vayan a afanar -solamente- sino porque probablemente tengas que esperar media hora a que venga, si es que viene.

En Buenos Aires no es seguro que puedas viajar en colectivo, ni comprar caramelos, fruta y verdura. “No hay monedas, nene”. Por alguna mística razón no hay monedas en la calle (imprescindibles para viajar en esta ciudad, porque los colectivos no aceptan billetes) y estamos matándonos los unos a los otros por chirolitas de un peso. En la era digital, en que todo se solucionaría con una tarjetita prepaga, tenemos que seguir peleando por monedas.

En Buenos Aires no es seguro manejar. Cada uno hace lo que se le canta en la calle.

En la Argentina no es seguro que mañana tengamos trabajo, ni que el banco no incaute todos nuestros ahorros, que cualquiera se instale en nuestra casa y no poder sacarlo, que la guita que guardamos abajo del colchón no desaparezca, que la que guardamos en una caja fuerte no pierda su valor…

Trenes abarrotados, subtes que paran un día entero sin previo aviso, cuidacoches ilegales que te patotean si estacionás en su cuadra: hacen privado un espacio público. Plazas y parques abandonados, cada vez más gente viviendo en la calle (pese a que mejoró la situación económica)… la ciudad es tierra de nadie.

Creo que estamos en un problema… en un doble problema. El primero son todas las cosas que acabo de mencionar y sus consecuencias. El segundo es que ante la inacción, parece muy fácil tentarse de intentar soluciones extremas.

Ante un progresismo inactivo, una centro izquierda que no plantea la más mínima solución, se dejan muchos flancos débiles para que penetre el discurso de las derechas más reaccionarias: aquellas que no creen en los derechos humanos, ni en las garantías sino en la mano dura e incluso la pena de muerte.

No hace falta plantear soluciones radicales para resolver el problema. No hace falta aumentar penas o matar a todos. Alcanza con hacer leyes sencillas y cumplibles que generen una sociedad más segura, certera y -por sobre todo- justa en el sentido más amplio de la palabra.

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