Algunos me acusarán de extrapolador. Pero no puedo evitar comparar el desenvolvimiento de Cristina Kirchner en esta campaña con el desenvolvimiento (en sentidos técnicos) de nuestra Selección de fútbol. Ambos están pero no están. Están porque son una entidad que existe. Pero no están porque se los ve poco. A Cristina, en actos de una, dos, tres horas en Canal 7. Rara vez. Se la mira por TV. Pero no da entrevistas. Está pero no está. Cuando tiene que proponer algo, se va a Europa. Allí habla con los medios que son de su interés. Dice que acá hay una monopolio de la información y por eso quizás no da notas. Pero habla con CNN, la cadena de mayor alcance mundial y la de, quizás, mayor capital económico. Está y no está. Va a ser la presidenta de la Argentina sin haber hecho nada (a nivel campaña) en nuestro país. Los medios hablan de ella, sin embargo. No lo pueden evitar: probablemente se convierta en la próxima presidenta. Usando los mismos mecanismos de identificación europea que nuestra Selección. Que apenas nos visita 9 veces cada cuatro años. Los amistosos, contratos televisivos mediante, los hace afuera. También está pero a la vez no está. Pero igual la miramos. Porque es nuestra Selección: y en eso radica el poder de Cristina. Será nuestra presidenta. Por eso hay que televisarla. Se me viene a la cabeza del Gran Hermano de 1984: esa figura que todo lo ve, que todo lo controla, pero que nadie conoce.
Todavía recuerdo cuando su esposo Néstor K adelantó en "A Dos Voces" en 2003 que su ministro de Economía iba a ser Roberto Lavagna. Hoy su esposa sólo aparece en planos contrapicados. Y sin un interlocutor: sino varios aparentes.
Allí, quizás piense, radica el secreto de su éxito. Mostrarse siempre por fuera, más allá de todos y de todo. El 10 de diciembre se debería sentir un tanto más segura: la gente a la que tiene que gobernar queda en la Argentina.